miércoles, 8 de enero de 2020

La Torre de Babel (Génesis 11)

Tomado del Comentario Bíblico Matthew Henry


Capítulo 11
Comienza este capítulo con el relato de la torre de Babel y la consiguiente dispersión de los hijos de Noé, tras la confusión de las lenguas. Trae después la genealogía de Abraham a partir de Sem, y termina con la salida de Taré, con Abraham su hijo, Sarai su nuera y Lot su nieto, de Ur de los caldeos.
Versículos 1–4
Al final del capítulo anterior leíamos que de los hijos de Noé se esparcieron las naciones en la tierra después del diluvio; es decir, estaban distribuidas en tribus distintas, y estaba decidido, ya sea por disposición de Noé ya por acuerdo tomado entre ellos, por qué camino había de dirigirse cada tribu o colonia para establecerse en sus respectivos lugares. Pero parece ser que los hijos de los hombres no estaban muy dispuestos a dispersarse hasta lugares distantes. Pensaron que estar juntos era más seguro y más feliz, y fraguaron un plan para lograrlo, teniéndose por más sabios que Noé o el mismo Dios. De modo que aquí tenemos:
I. Las ventajas que comportaba su plan de mantenerse juntos: 1. Tenían una sola lengua (v. 1). Así, mientras podían entenderse bien unos a otros, era lo más probable que se amasen unos a otros, que estuviesen dispuestos a ayudarse mutuamente, y cada vez menos inclinados a separarse. 2. Encontraron un lugar conveniente y cómodo para fijar en él su residencia, una llanura en la tierra de Sinar (v. 2), es decir, una explanada espaciosa y fértil, suficiente para contenerlos y mantenerlos a todos ellos, de acuerdo con las cifras de la población de entonces.
II. El método que usaron para unirse de esta manera y mantenerse juntos en una sola corporación. En lugar de ambicionar una progresiva expansión de sus fronteras, extendiéndose pacíficamente bajo la protección divina, trataron de fortificarse y la resolución unánime fue: Edifiquémonos una ciudad y una torre (v. 4). Obsérvese aquí:
1. Cómo se estimularon y animaron unos a otros a poner manos a la obra. Decían: Vamos, hagamos ladrillo (v. 3); y de nuevo: Vamos, edifiquémonos una ciudad (v. 4) animándose mutuamente, se hacían todos más atrevidos y resueltos.
2. Qué materiales usaron en su construcción. Siendo llano el terreno, no podía proporcionar piedra ni argamasa, pero esto no les hizo desistir de su empresa, sino que cocieron ladrillos en vez de piedra y usaron asfalto en lugar de argamasa. ¡Qué cantidad de recursos emplean los que están resueltos en sus propósitos! Si tan celosos fuésemos nosotros para lo bueno, no cejaríamos en nuestros trabajos con tanta frecuencia como lo hacemos, bajo pretexto de que necesitamos comodidades para continuar.
3. Qué objetivos perseguían con esta obra. Parece ser que pretendían tres cosas con la construcción de esta torre.
A) Parecía destinada a afrentar al mismo Dios, pues querían edificar una torre cuya cúspide llegase al cielo (v. 4), lo que comporta un desafío a Dios o, al menos, un intento de rivalizar con él.
B) Con ello esperaban hacerse un nombre y dar a conocer a la posteridad que habían existido tales hombres en el mundo. Querían legar este monumento de su orgullo, de su ambición y de su insensatez. El caso es que no hallamos en ningún libro de historia ni un solo nombre de estos edificadores de Babel.
C) Lo hicieron para impedir su dispersión. Es probable que en todo esto anduviese la mano del ambicioso Nimrod. Él deseaba una monarquía universal, para lo cual, bajo pretexto de una unión encaminada a dar seguridad a todos, se amañaba para guardarlos en un solo cuerpo, a fin de que, al tener a todos bajo su mirada, no le fallara el tenerlos a todos bajo su poder. Pero es prerrogativa de Dios ser monarca universal, Señor de todos y Rey de reyes; el hombre que ambiciona tal honor pretende escalar el trono del Altísimo, quien no dará su gloria a otro.
Versículos 5–9

I. El reconocimiento que Dios hizo de lo que se estaba tramando. Dios es inapelablemente justo y equitativo en todos sus procedimientos contra el pecado y contra los pecadores, y a nadie condena sin oírle. Eran hijos de Adán, como dice el hebreo; sí, de aquel Adán pecador y desobediente, cuyos hijos son por naturaleza hijos de desobediencia. El piadoso Heber no se encuentra entre esta impía caterva, pues él y los suyos son llamados los hijos de Dios.
II. Las consideraciones y resultados del Dios eterno acerca de este asunto.
1. Toleró el que avanzaran un buen trecho en su empresa antes de detenerla, para que así tuviesen tiempo de arrepentirse.
2. Dios había intentado, con sus mandatos y advertencias, hacerles desistir de este proyecto, pero en vano; por tanto, se ve obligado a tomar otras medidas para guardar el mundo en orden y atar por la fuerza las manos de quienes no quieren someterse a su ley. Obsérvese aquí cuán grande es la misericordia de Dios al moderar su castigo y no infligirlo en proporción a la ofensa; porque no nos trata conforme a nuestros pecados. No dice, «Descendamos ahora con truenos y relámpagos, y acabemos con esos rebeldes en un instante». No; sólo dice «Descendamos y esparzámoslos». Merecían la muerte, pero sólo son castigados con deportación; porque es muy grande la paciencia de Dios hacia un mundo provocador. Tres cosas sucedieron
A) Fue confundida su lengua. A esta malaventurada confusión de la lengua se deben tantas lamentables disputas, tantas desgraciadas controversias que surgen de un malentendido de frases y aun de palabras. Hay rabinos que opinan que fue ésta la mayor maldición de la historia del hombre.
B) La edificación hubo de suspenderse: Dejaron de edificar la ciudad (v. 8). Esto fue efecto de la confusión del lenguaje; porque no sólo les incapacitó para ayudarse mutuamente, sino que probablemente les produjo un impacto tan fuerte en su ánimo que ya no pudieron continuar, al ver en esto la mano del Señor que se abatía contra ellos. Es señal de sabiduría abandonar lo que vemos que es impugnado por Dios.
C) Los edificadores fueron esparcidos por toda la faz de la tierra (vv. 8–9). Se marcharon distribuidos por familias, cada cual según su lengua (10:5, 20, 31), a los diversos países y lugares que les fueron asignados. Dejaron tras sí un perpetuo memorial de su baldón, en el nombre dado al lugar, que fue llamado Babel, esto es, confusión. Quienes ambicionan un gran nombre, salen ordinariamente con un mal nombre. Los hijos de los hombres quedaban así definitivamente dispersados, y nunca más volvieron a reunirse, ni volverán jamás a hacerlo, hasta aquel gran día en que el Hijo del Hombre se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas delante de Él todas las naciones (Mt. 25:31–32).
Versículos 10–26
Genealogía que termina en Abraham, el amigo de Dios y que conduce ulteriormente hasta Cristo, la simiente prometida, que era hijo de Abraham y desde Abraham es computada su genealogía (Mt. 1:1 y ss.). 1. Lo único que figura en esta lista es el nombre y la edad de los patriarcas, como si el Espíritu Santo tuviese prisa por llegar pronto a la historia de Abraham. Qué poco sabemos de los que nos han precedido en este mundo, aun de los que han vivido en los mismos lugares que nosotros, así como también sabemos muy poco de nuestros contemporáneos que viven en lugares distantes. Bastante tenemos con ocuparnos del trabajo de nuestro tiempo y lugar, y dejar a Dios la tarea de restaurar el pasado (Ec. 3:15). 2. Puede notarse un gradual descenso de la longevidad. Sem alcanzó todavía los 600 años, una edad muy por debajo de la de los patriarcas de antes del diluvio; sus tres más próximos descendientes ya no llegaron a los 500; los tres más próximos a éstos ya no alcanzaron los 300. Después de ellos, ninguno alcanzó los 200, excepto Taré; y no muchos siglos más tarde, Moisés calculaba que el límite ordinario de la mayoría de los hombres era 70 u 80 años. 3. Heber, de quien toman el nombre los hebreos, fue el más longevo de todos los que nacieron después del diluvio, lo cual fue quizás un premio a su singular piedad y a su estricta adhesión a los caminos de Dios.
Versículos 27–32
Comienza la historia de Abram cuyo nombre es famoso, de aquí en adelante, en ambos Testamentos.
I. Su país: Ur de los caldeos. Éste fue el país de su nacimiento, una región idólatra, donde hasta los descendientes de Heber se habían degenerado. Nótese que los que, por gracia, son herederos de la Tierra Prometida, deberían recordar cuál era su país de nacimiento, cuál era, por naturaleza, su estado pecaminoso y corrompido, la cantera de la que fueron cortados.
II. Sus parientes, mencionados por causa de él y por el interés que proporcionan a la historia que va a seguir. 1. Su padre era Taré, de quien se dice (Jos. 24:2) que servía a dioses extraños, aun después del diluvio; tan temprano puso pie la idolatría en el mundo, hasta resultarles duro el nadar contra corriente a muchos que están imbuidos de buenos principios. Se mencionan también: 2. Sus hermanos: (A) Nacor, de cuya familia tanto Isaac como Jacob tomaron esposa; (B) Harán, el padre de Lot, de quien se dice aquí (v. 28) que murió antes que su padre Taré. Nótese que los hijos no pueden estar seguros de que sobrevivirán a sus padres; porque la muerte no tiene contemplaciones con la edad, ni se nos lleva por orden de nacimiento. También se dice que murió en Ur de los caldeos, antes de que la familia saliera de aquel país idólatra. 3. Su esposa fue Sarai, de la que Abraham mismo dijo que era hija de su padre, pero no hija de su madre (20:12). Era diez años más joven que Abram.
III. Su salida de Ur de los caldeos con su padre Taré, su sobrino Lot y el resto de su familia, en obediencia a la llamada de Dios, de la que veremos más en el capítulo 12:1 y ss. El presente capítulo los deja en Harán, lugar a medio camino entre Ur y Canaán, donde vivieron hasta la muerte de Taré. Si lo aplicamos al plano espiritual, podemos decir que muchos llegan hasta Harán, pero no alcanzan a llegar hasta Canaán; no están lejos del reino de Dios, pero tampoco entran jamás en él.

 Matthew Henry y Francisco Lacueva, Comentario Bı́blico de Matthew Henry (08224 TERRASSA (Barcelona): Editorial CLIE, 1999)

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