sábado, 22 de febrero de 2020

Porque Moises y Aaron no entraron a la tierra prometida

Moisés y Aarón actuaron impropiamente en el desempeño de este asunto, tanto que Dios en su desagrado les dijo inmediatamente que no tendrían el honor de introducir a Israel en Canaán (vv. 10–12).

A) A primera vista no se ve claro qué fue lo que en esta ocasión provocó la ira de Dios. Por eso, algunos comentaristas han dicho que, en honor de Moisés, las Escrituras silencian su pecado como silencian su sepulcro. Sin embargo su pecado está claro en el texto sagrado. 

En primer lugar, su pregunta: ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña? (v. 10), expresada en un momento de impaciencia e irritación, entraña una duda, frente a toda la congregación, de que Dios fuese a cumplir la promesa hecha. De ahí que Dios les diga: Por cuanto no creísteis en mí (v. 12). Este pecado tuvo una circunstancia notablemente agravante, y es que fue cometido delante de los hijos de Israel, para quienes debieron haber sido ejemplos de fe, esperanza y mansedumbre. El doctor Lightfoot opinaba que esta incredulidad de Moisés y de Aarón se debió a que dudaron de si, ahora que había expirado el plazo de los cuarenta años, habían de entrar en Canaán, o si no habían de ser condenados, a causa de la murmuración del pueblo, a un nuevo período de penoso caminar, puesto que se les abría una nueva roca para aprovisionarles de agua, lo que ellos tuvieron como indicación de un retraso más largo. 

En segundo lugar, añadieron a su pecado de incredulidad un nuevo pecado de desobediencia, nuesto que Dios les había mandado simplemente que hablasen a la peña (v. 8), pero ellos hablaron al pueblo y golpearon la peña (vv. 10–11), lo cual no se les había mandado, aunque ellos pensaron que debían hacerlo. También este pecado fue agravado por haberse arrogado el poder de hacer esta maravilla en la forma que hablaron a la congregación: ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña? (v. 10), como si fueran ellos, y no Dios, quienes iban a realizar el milagro.

B) De todo esto hemos de aprender: (a) Que los mejores pueden tener sus fallos, los cuales son más relevantes en los grandes hombres. Como dice S. R. Hirsch: «El judaísmo enseña que cuanto más grande es una persona, tanto más estricta es la norma por la que se le juzga, y tanto más grave es la culpa y el castigo que ha de sufrir, si llega a apartarse de dicha norma». (b) Que el juicio de Dios acerca del pecado no es como el de los hombres.

Finalmente: El lugar se llamó, a consecuencia de este motín, Meribah = rencilla. Se le llama Meribá de Cadés (Dt. 32:51), para distinguirlo del otro Meribá. Así quedó como aguas de rencilla (v. 13), para perpetuar el recuerdo del pecado del pueblo, y del de Moisés, y también el recuerdo, no obstante, de la misericordia de Dios, que les dio agua y honró a Moisés, a pesar de todo.

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